El dia 19/12 al mediodia se cerro el ciclo lectivo en el CEF nº 7 con un festejo a lo grande.
Se entregaron los premios a las siguientes actividades:
Mateclub.
Olimpiadas de Matematica.
Feria de Ciencias.
Concurso de Ortografia.
Y se premio al mejor cuento de las familias, en este caso bajo el seudonimo de MARGARITA
Un sentimiento compartido entre abuela, padre e hija
1956. Ella llegó a la Escuela de piedra con su hermana. Habían recorrido a pie, durante más de cincuenta minutos la distancia que separaba El Cruce del puerto. Hacía frío, pero igual iban con pollera, guardapolvo tableado prendido atrás. En la puerta las esperaba la maestra, la sra. Norma Munar. También llegaban a caballo algunos compañeros desde Quetrihué. Pronto tocaría la campana y entrarían al aula, en la que funcionaban tres o más secciones de grado. Le gustaba sentarse cerca del hogar, para secar las zapatillas.
Ella escribía con lápiz. Sus amigas que iban a grados superiores lo hacían con tinta y pluma.
No tenía libro, pero le enseñaban poesías, que aprendía de memoria, y cuando era su turno, recitaba parada en la tarima. En los recreos: la payana.
¡Cuánto silencio! Allí sí se podían apreciar los sonidos de la naturaleza en su esplendor: el crujido de las ramas cuando había viento, el canto de los pajaritos…la libertad de ir y venir por ese marco de naturaleza imponente.
En el largo camino de ida y vuelta a la Escuela nacieron bromas, peleas, amores.
Ella pensaba en la próxima fecha patria, en la que se juntarían todas las familias del pueblo a festejar, acto, almuerzo (su mamá seguramente amasaría empanadas) y diversión.
La Escuela era el centro. La 104 había nacido con el pueblo mismo. Tenía en ese entonces alrededor de 70 alumnos.
1976. Él llegó a la Escuela de El Cruce que hacía poquito que había estrenado el edificio. Venía con los chicos del barrio, desde Las Piedritas, por las cortaditas. Había nevado. Se sacaría las botas de goma y las cambiaría por las zapatillas secas que llevaba en el portafolio de cuerina.
Apenas entró encontró a la señorita Evelina y a la señorita Julia que también cambiaban su calzado. Sonó el timbre: a formar, a cantar “Aurora”. Mientras tanto Raquel terminaba de acarrear la carretilla, entrando leña a los salones y encendiendo los tachos que aseguraría una jornada con excelente temperatura. De la cocina llegaba el aroma del pan casero … mmmmm qué apetitoso.
En el aula, sacó su libro de lectura (el mismo que usaban todos sus compañeros), también la manzana, que la señorita Evelina miraba con ganas, pero él no quiso convidarle. ¡Qué ganas de que llegue el recreo! Ese año estaba de moda la bolita, también los juegos con soga.
¡Qué emoción! Iban a empezar las clases de gimnasia, había llegado el primer profesor. Con lo que le gustaban los deportes.
Pensaba en lo lindo que sería llegar a 7° grado y recibir de regalo un libro cuando egresara, lo guardaría con amor.
Estaban organizando la Fiesta de la Familia, coincidente con el día de la madre, donde se juntarían con la mayoría de los vecinos, la 104 seguía siendo la única Escuela del pueblo.
2007. Ella bajó del auto y se encontró en la vereda embaldosada de la Escuela con sus amigas, algunas llegaban en el colectivo de línea. Este año la Escuela cumplía 75 años, y en la fachada había un hermoso e imponente cartel para resaltarlo.
A las ocho y media formó fila en séptimo grado, y se dispuso a escuchar la canción de Víctor Heredia que ese día acompañaría el izamiento de la bandera. Escuchó el mensaje del maestro de turno, aunque el zumbido de la calefacción central le impedía percibirlo con claridad.
Ya en el aula de Ciencias, abrió la mochila, sacó el CD con la presentación que su grupo había preparado para exponer el tema “El agua”. Se habían estrenado las computadoras para uso en el aula, y también el equipo de proyección en pantalla grande: las “nuevas tecnologías”. Entró Pedro con el pan y el dulce de leche. Ojalá lo sirvieran pronto, era imposible resistirse a semejante tentación.
Ella pensaba en los secretos que compartiría con sus amigas en el próximo recreo. Seguramente hablarían del encuentro en el Centro de Convenciones con los séptimos grados de las otras Escuelas de la localidad: 186, 341, 353 y por qué no del próximo viaje de egresados a Carlos Paz.
El profe sacó papelitos, sorteó los grupos y comenzó la exposición, aunque algunos no se habían sacado el chicle para hablar. Se notaba interés por preparar trabajos para la Feria de Ciencias.
Tres épocas. Tres historias escolares diferentes, pero a la vez unidas por el sentimiento de pertenencia, a la Escuela primaria, esa institución que después de la familia, sigue siendo para todos el lugar de aprender: aprender con otros y de otros.
Margarita: por todos conocida como la Seño Silvia, si nuestra Seño Silvia Sanchez.
1956. Ella llegó a la Escuela de piedra con su hermana. Habían recorrido a pie, durante más de cincuenta minutos la distancia que separaba El Cruce del puerto. Hacía frío, pero igual iban con pollera, guardapolvo tableado prendido atrás. En la puerta las esperaba la maestra, la sra. Norma Munar. También llegaban a caballo algunos compañeros desde Quetrihué. Pronto tocaría la campana y entrarían al aula, en la que funcionaban tres o más secciones de grado. Le gustaba sentarse cerca del hogar, para secar las zapatillas.
Ella escribía con lápiz. Sus amigas que iban a grados superiores lo hacían con tinta y pluma.
No tenía libro, pero le enseñaban poesías, que aprendía de memoria, y cuando era su turno, recitaba parada en la tarima. En los recreos: la payana.
¡Cuánto silencio! Allí sí se podían apreciar los sonidos de la naturaleza en su esplendor: el crujido de las ramas cuando había viento, el canto de los pajaritos…la libertad de ir y venir por ese marco de naturaleza imponente.
En el largo camino de ida y vuelta a la Escuela nacieron bromas, peleas, amores.
Ella pensaba en la próxima fecha patria, en la que se juntarían todas las familias del pueblo a festejar, acto, almuerzo (su mamá seguramente amasaría empanadas) y diversión.
La Escuela era el centro. La 104 había nacido con el pueblo mismo. Tenía en ese entonces alrededor de 70 alumnos.
1976. Él llegó a la Escuela de El Cruce que hacía poquito que había estrenado el edificio. Venía con los chicos del barrio, desde Las Piedritas, por las cortaditas. Había nevado. Se sacaría las botas de goma y las cambiaría por las zapatillas secas que llevaba en el portafolio de cuerina.
Apenas entró encontró a la señorita Evelina y a la señorita Julia que también cambiaban su calzado. Sonó el timbre: a formar, a cantar “Aurora”. Mientras tanto Raquel terminaba de acarrear la carretilla, entrando leña a los salones y encendiendo los tachos que aseguraría una jornada con excelente temperatura. De la cocina llegaba el aroma del pan casero … mmmmm qué apetitoso.
En el aula, sacó su libro de lectura (el mismo que usaban todos sus compañeros), también la manzana, que la señorita Evelina miraba con ganas, pero él no quiso convidarle. ¡Qué ganas de que llegue el recreo! Ese año estaba de moda la bolita, también los juegos con soga.
¡Qué emoción! Iban a empezar las clases de gimnasia, había llegado el primer profesor. Con lo que le gustaban los deportes.
Pensaba en lo lindo que sería llegar a 7° grado y recibir de regalo un libro cuando egresara, lo guardaría con amor.
Estaban organizando la Fiesta de la Familia, coincidente con el día de la madre, donde se juntarían con la mayoría de los vecinos, la 104 seguía siendo la única Escuela del pueblo.
2007. Ella bajó del auto y se encontró en la vereda embaldosada de la Escuela con sus amigas, algunas llegaban en el colectivo de línea. Este año la Escuela cumplía 75 años, y en la fachada había un hermoso e imponente cartel para resaltarlo.
A las ocho y media formó fila en séptimo grado, y se dispuso a escuchar la canción de Víctor Heredia que ese día acompañaría el izamiento de la bandera. Escuchó el mensaje del maestro de turno, aunque el zumbido de la calefacción central le impedía percibirlo con claridad.
Ya en el aula de Ciencias, abrió la mochila, sacó el CD con la presentación que su grupo había preparado para exponer el tema “El agua”. Se habían estrenado las computadoras para uso en el aula, y también el equipo de proyección en pantalla grande: las “nuevas tecnologías”. Entró Pedro con el pan y el dulce de leche. Ojalá lo sirvieran pronto, era imposible resistirse a semejante tentación.
Ella pensaba en los secretos que compartiría con sus amigas en el próximo recreo. Seguramente hablarían del encuentro en el Centro de Convenciones con los séptimos grados de las otras Escuelas de la localidad: 186, 341, 353 y por qué no del próximo viaje de egresados a Carlos Paz.
El profe sacó papelitos, sorteó los grupos y comenzó la exposición, aunque algunos no se habían sacado el chicle para hablar. Se notaba interés por preparar trabajos para la Feria de Ciencias.
Tres épocas. Tres historias escolares diferentes, pero a la vez unidas por el sentimiento de pertenencia, a la Escuela primaria, esa institución que después de la familia, sigue siendo para todos el lugar de aprender: aprender con otros y de otros.
Margarita: por todos conocida como la Seño Silvia, si nuestra Seño Silvia Sanchez.
¡¡¡ FELICIDADES !!!.
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