
Los antiguos los creían castigos divinos; aún hoy, mucha gente los piensa como inusuales caprichos del planeta. Pero los terremotos constituyen un fenómeno absolutamente natural y muy frecuente. De hecho, durante la lectura de esta nota se habrán producido unos cuantos en distintos lugares del planeta. 150 por hora. 3.600 por día. 1.300.000 por año.
¿Pero qué es, exactamente, un terremoto?
En pocas palabras, un movimiento brusco de la Tierra que libera cierta energía acumulada.
Tendemos a pensar nuestro planeta como una esfera compacta y uniforme, pero esa noción no concuerda con la realidad. La corteza terráquea está formada por una docena de capas superpuestas, llamadas “placas tectónicas”. El espesor de cada una ronda los 70 kilómetros.
Esas capas se la pasan “acomodándose”, en un proceso que lleva millones de años. Como bromeaba un científico: “La Tierra está sin terminar”.
Esos movimientos, lentos, imperceptibles para el hombre, no se detienen jamás. Las placas, que flotan como témpanos sobre el mar de magma que está bajo ellas, viven frotándose y chocándose entre sí. Cuando quedan “trabadas”, generan una tensión que va acumulando energía. La liberación abrupta de esa energía en el momento en que una placa rompe a otra, produce lo que denominamos terremoto.
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